lunes, 26 de agosto de 2013

Alta moda bajo alta seguridad

Una habilidad manual socialización y reinserción

Una rubia elegante de alta sociedad oliendo a perfume francés, dentro de una prisión de máxima seguridad enseñando a tejer a prisioneros, realmente parecía la escena de una película. Pero eso es lo que he encontrado en Juiz de Fora, una ciudad intermedia ubicada al sudeste del Brasil, en el estado de Minas Gerais.

Hace unos cuantos años, Raquell Guimaraes, ahora con 32 años, empezó a tejer ropa de lana con su mama. Disfrutaron el éxito y con la creciente demanda de sus tejidos, requirieron más tejedores, pero no encontraron los suficiente. Es ahí cuando decidió visitar a la penitenciaría de máxima seguridad Arisvaldo de Campos Pires en Juiz de Fora, a unos 160 kilómetros al norte de Río de Janeiro. Ahí Guimaraes encontró sus tejedores perfectos, gente con tiempo libre, algunos con 20 años de espera.

Al principio, ella presentó una propuesta a la administración de la prisión para entrenar a prisioneras en sus tejidos. Pero después de hablar con la alcaide, Andrea Andires, ambas concluyeron que sería más productivo trabajar con prisioneros, una idea que al principio parecía un poco rara. Estos prisioneros tienen historias violentas, y la pregunta era si estos hombres encarcelados por delitos como robo a mano armada, tráfico de drogas y asesinato, podrían aprender a tejer a palillo. Esta fue la apuesta que Guimaraes y Andires tomaron, con excelentes resultados.

REDUCCIÓN DE CONDENA

Hoy 18 prisioneros trabajan para producir prendas de vestir tejidas a mano. Y con este trabajo no sólo reciben dinero extra sino también reducen su condena en un día por cada tres días de trabajo con tejidos. Guimaraes vende las creaciones bajo la marca Doiselles en el Brasil, y en tiendas selectas en San Francisco, Nueva York y Tokio.

Cuando llegué a la puerta de ingreso de la prisión para comenzar mi historia, lo primero que hicieron los guardias fue confiscar mi celular. Los teléfonos están prohibidos dentro las prisiones brasileñas; a pesar del hecho que todos saben que muchos prisioneros lo tienen. También está prohibido sacar fotografías de los exteriores de la prisión si no se cuenta con un permiso especial del alcalde. Ellos me explicaron que sólo podría fotografiar dentro del cuarto donde los prisioneros están tejiendo.

Pasé a través de cuatro grandes puertas de hierro, cada uno con tres guardias permanentes, e ingresé a la oficina de la alcaide, donde fui recibido con un almuerzo. Cuando me dijeron que era la comida típica de los prisioneros, la comí con cierto temor, pero estaba bien presentada y sabrosa.

Tres guardias fuertemente armados y dos abogados de prisiones me escoltaron donde los prisioneros estaban tejiendo. Parecía una celda de gran tamaño. Los guardias anunciaron mi presencia a los prisioneros, diciéndoles que era un periodista que haría una historia sobre su trabajo. Un abogado hizo firmar a cada uno de los prisioneros autorizaciones para ser fotografiados. Me presenté y le pregunté si alguno se oponía a ser fotografiado, pero ninguno de ello se opuso.

DOS DÍAS EN LA CÁRCEL

Trabajé dos días con los prisioneros. Aunque el primero se vio interrumpido cuando la atmósfera dentro de la prisión de pronto se puso tensa. Parecía el comienzo de un motín en la cárcel, con los presos gritando y golpeando contra las puertas de sus celdas. Los guardias me pidieron salir rápidamente, debido a que no podían garantizar mi seguridad en ese momento. Recogí mi equipo y me fui; pero en mi camino a la puerta principal me di cuenta de que no era un motín y que sería algo noticioso.

De lo contrario, habría intentado permanecer en el interior y cubrir la nota. Resultó ser sólo un problema causado por un preso que estaba enfermo y que pedía ser llevado a la enfermería. Me impresionó la solidaridad entre los presos. El apoyo que todos dieron a un compañero enfermo y lo que hicieron para que los guardias lo asistan rápidamente.

En mi segundo día en la cárcel, la diseñadora Raquel estaba ahí. Fue increíble ver su aspecto “Barbie” cerca de los presos, conversando con ellos y enseñándoles a tejer. Ella estaba relajada, compasiva; era difícil creer que alguien en esa celda había cometido un delito tan grave como para encerrarlos en una cárcel de máxima seguridad.

Terminé mi historia con las fotos de los prisioneros dejando la celda de tejido para ser llevados de vuelta a sus propias celdas donde serían encarcelados, o al patio para que permanezcan unos minutos tomando su “baño de sol”. Un guardia se movió en silencio para mi lado y me susurró que no permanezca demasiado cerca de las puertas o rejas de los internos. Tenía miedo de que fuera jalado y tomado como rehen.

Todo lo que pensaba era en el contraste de ese ambiente con el interior de la celda de tejido a palillo, donde los presos tienen la oportunidad de socializar, aumentar su autoestima y esperan volver a la sociedad de nuevo....


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