jueves, 4 de junio de 2015

Historia del pañuelo


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El ‘carré’ de Hermès, santo y seña de la casa francesa, guarda en su método de fabricación el secreto de una larga y exitosa carrera.

París, 1937. Se inaugura la primera línea de autobús entre la plaza de la Bastilla y la de la Madeleine. Para retratarlo, Robert Dumas, por aquel entonces futuro heredero del imperio Hermès, produce un pañuelo de seda al que bautiza con el nombre de Jeu des Omnibus et Dames Blanches. Con unas medidas fijas de 90 por 90 centímetros, el carré (cuadrado en francés) se convertirá en uno de los accesorios más memorables no sólo de la casa francesa, sino de la Historia de la moda, resistiendo como pocos el paso de los años y de las tendencias.

Como afirma Pierre-Alexis Dumas, nieto del creador y actual director artístico de Hermès, “el carré es un objeto perfectamente confeccionado, autónomo y autosuficiente”. Los más de 1.500 modelos diseñados desde su aparición dan una idea de la importancia de esta pieza, que guarda en su proceso de fabricación uno de los secretos del éxito de la firma.

La confección de este singular tesoro tiene lugar en el atelier Pierre-Bénite, cerca de Lyon (Francia), donde los coloristas y artesanos plasman en seda –en este caso, procedente de una hilandería brasileña que sigue los estándares de calidad fijados por Robert Dumas el siglo pasado– los diseños que les llegan desde París. Dos años y más de 700 horas de trabajo son necesarios para realizar cada pieza, en un proceso en el que intervienen múltiples manos, desde las del artesano que realiza los grabados (uno por cada color plasmado en un diseño, normalmente unos 30) hasta las de las experimentadas costureras que ematan el pañuelo a la francesa (esto es, cosiendo los bordes hacia fuera). Aunque quizás una de las operaciones más importantes la lleven a cabo los coloristas. “El color es subjetivo. Nunca sabemos si nuestra elección será atractiva, si habrá armonía entre los tonos. Los colores feos no existen, solo las malas combinaciones”, explica Leïla Menchari, directora del panel de color. Tan ardua como creativa, la labor de estos artistas requiere mucho tiempo, ya que cada diseño se produce en, por lo menos, diez tonalidades diferentes (“Nuestra paleta tiene que ser extremadamente variada para que le siente bien a todo tipo de mujer, sin importar su tono de piel, de cabello o figura”, revela Menchari), y no son pocas las veces que se descarta el resultado final. Explicado mediante cifras, un carré es la consecuencia de los más de 300 capullos de seda necesarios para su elaboración, de las 400 horas utilizadas en el grabado de las planchas y de las 800 personas que participan en el proceso. Un resultado que registra 79 gramos exactos de peso.

A través de dos colecciones anuales, más alguna que otra reedición (que suelen ser excepcionales debido a la vocación de exclusividad), artistas, ilustradores y diseñadores gráficos renuevan cada temporada el muestrario de este clásico, adaptándolo así a los gustos particulares de cada momento. “Se ha anudado debajo del mentón en los años cincuenta, detrás del cuello en los sesenta o en la cintura, cuando no se ataba en la asa del bolso, en los ochenta. El carré ha inspirado incluso el diseño de camisas y vestidos”, recuerda Olivier Saillard, director del museo Palais Galliera de París. También ha sido versionado (lo han hecho sobre todo los diferentes directores creativos de la línea de prêt-à-porter con los que ha contado la casa), en ocasiones ha cambiado su particular seda por crepé o chifón e incluso ha variado su tamaño, del carré maxi de 140 centímetros cuadrados al de 70 centímetros cuadrados de 2007. Nada que nos distraiga de su verdadera esencia, en realidad, que se mantiene intacta desde hace más de 75 años. “Es la prenda de vestir con la forma más sencilla posible y, sin duda, la más antigua. Una pieza de seda cortada en forma cuadrangular sin una función definida. Es uno de esos accesorios innecesarios que se convierten más en un clásico que en un objeto de moda, refutando el hecho de que las formas cambian de una década a otra”, defiende Saillard.

Su precio (sin bordados ni florituras, el pañuelo cuesta 330 euros) le ha abierto, además, las puertas de muchos armarios femeninos. Como los perfumes o los artículos de belleza, constituye una forma sencilla de acercarse a un público más amplio y, en muchos casos, joven. “Es un tipo de cliente que se dirige a nosotros mucho más de lo que nosotros nos dirigimos a él. Valora la belleza de unos materiales trabajados con las mejores manos. Ellos vienen, mientras nosotros seguimos haciendo lo que sabemos”, apuntaba en 1986 Alex Dumas, actual director general de Hermès, en las páginas de The New York Times. Tan querido y cuidado como sus bolsos Kelly o Birkin, el carré, como concluye Olivier Saillard, “es mucho más que una prenda de vestir. Es el reflejo de nuestra propia personalidad”.


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