domingo, 26 de julio de 2015

Lo último para la playa facekinis



A primera vista parece que en la atestada playa de Sanya se está preparando un atraco a un banco (o un combate de lucha libre mexicana). No en vano, a lo lejos, aparece un nutrido grupo de personas con sus rostros cubiertos por pasamontañas. Portan bolsas negras y caminan con paso decidido hacia la arena, o lo que queda de ella en el escaso espacio libre que dejan los miles de chinos que despliegan aquí todo tipo de artilugios inflables. Pero solo se trata de un ruidoso grupo de amigas cuarentonas que se han reunido en este paraíso tropical del sur de China para disfrutar del mar, ataviadas con el último grito en moda playera: el facekini.

“Sé que da un poco de miedo, pero queremos evitar ponernos morenas a la vez que disfrutamos de la playa como cualquier otra persona”, explica entre risas una mujer apellidada Liu, que ha elegido el rosa más chillón del mercado para protegerse del ataque ultravioleta. Puede parecer una contradicción desde un punto de vista occidental, pero es la mejor fórmula que han encontrado para combinar una actividad de ocio eminentemente foránea con el cetrino canon de belleza que prevalece en el país desde dinastías ancestrales (un rostro terso y libre de arrugas que se identifica, además, con la riqueza, en el sentido de que las marcas de sol señalarían a la clase trabajadora).

Y el uso de esta prenda que se debate entre lo práctico y lo extravagante y suele estar con los mismos materiales que los trajes de baño no se circunscribe únicamente a la costa. Se ha convertido en una epidemia de colores que va extendiéndose poco a poco por todo tipo de lugares turísticos al aire libre, desde templos budistas hasta la Gran Muralla.

“Así no tenemos que llevar un paraguas a todas partes para hacer sombra, como hacíamos hasta ahora”. Liu lo cuenta con la naturalidad de quien cree estar hablando de algo totalmente común, pero al darse de bruces con un grupo de estas enmascaradas es imposible reprimir un sobresalto y una pregunta. ¿A qué mente se le ocurrió diseñar esta prenda? La respuesta hay que buscarla en la ciudad costera de Qingdao, donde Zhang Shifan lleva 11 años vendiendo bañadores, pareos y, ahora, facekinis.

“Entre nuestros productos más vendidos había ropa protectora para ir al agua sin temor a las medusas, pero hubo unos amigos que, a pesar de vestirla, se vieron gravemente afectados en la cara y el cuello por el efecto de estos animales. Así que diseñé una máscara protectora de nailon a juego con la ropa”, dice.

Guerra de patentes

La sorpresa llegó cuando descubrió que detrás del inesperado aluvión de clientes no se escondía ninguna plaga de medusas sino una función inesperada descubierta por mujeres de mediana edad. “Algunas comenzaron a utilizar la máscara para protegerse del sol porque creen que las cremas solares no son suficientes, y los periodistas extranjeros que se sorprendieron por la idea lo bautizaron como facekini. Así que se me ocurrió explotar ese uso con una segunda generación en la que utilicé colores diferentes, más alegres”, recuerda Zhang. La estrategia funcionó.

Las ventas se dispararon y el verano pasado pocos medios de comunicación se resistieron a publicar la historia. Se ciñeron a su presencia en las playas, pero incluso hay agricultores y pescadores que han abandonado el tradicional sombrero cónico de paja para embutirse en la creación de Zhang mientras siembran arroz o esperan a que algún pez pique el anzuelo. “Ya no tengo que preocuparme de las quemaduras en la cara”, cuenta un campesino apellidado Su que ha comprado en el ciberespacio una máscara con estampado de camuflaje.

Tal ha sido el éxito del facekini que ahora, además del establecimiento físico de Qingdao, Zhang ha abierto tres tiendas en Taobao, la principal plataforma de comercio electrónico del país, donde se venden hasta 1.000 unidades al mes. Podrían ser muchas más porque, hasta ahora, Zhang no había patentado la idea y las copias no se hicieron esperar. De hecho, la diseñadora se ha visto envuelta en una agria polémica sobre la autoría de la prenda. “Hay un grupo de natación que intentó apropiarse de la idea diciendo que uno de sus miembros, que está muerto, era el creador del facekini”, explica notablemente molesta. “Sin embargo, no han presentado nunca ningún diseño para probarlo, algo que yo sí tengo desde hace años. Creo que ha sido solo una estrategia para hacer famoso al equipo”, denuncia.

En cualquier caso, Zhang ha aprendido la lección y su nueva colección ya viene protegida por el copyright. Es, sin duda, la más china de todas, porque ha ido un paso más allá en los estampados y ha reproducido en los facekinis las desasosegantes máscaras de la ópera tradicional de Pekín. Los rostros de estos personajes del siglo XVIII son amenazantes, con ceños fruncidos y gestos violentos, pero a Zhang no le parece que vayan a desentonar a la orilla del mar. “Creo que es mucho mejor que poner a Mickey Mouse o al Pato Donald como me habían sugerido algunos. Quiero que el facekini sea una prenda claramente china”, dice Zhang.


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