Hay instantes en la vida que nada vale más que bajarse de los tacones, pisar suelo firme, mirar al cielo y decir “Thanks God”.
Momentos de profundo regocijo interior en los que cavilas sin hallar respuesta a por qué demonios te sometes a la tortura de zapatos de tacón. De verdad, ¿cuán más alta te puedes ver con seis centímetros de un pinche taco alfiler? ¿Es en serio eso de que la figura se ve más estilizada y que las pantorrillas se ven infartantemente sexis? No sé, mirá, callos, juanetes, dolor extremo, incomodidad fatal… muy caro el sacrificio de vernos un poquito menos petizas. No sé si vale tanto la pena el diario flagelo de nuestros dos únicos pies. Porque, convengamos, no es que subida a los tacones ya estás Uma Thurman, para nada sigues nomás bajita, chaparrita, chiquitinga y bien bonita. Entonces qué sentido tiene matonearse sobre cilindros que ponen en riesgo nuestro equilibrio y –lo que es peor- nos exponen a papelones en caso de no saber operar en las alturas… Por ahí leí que los tacones más que accesorios son símbolos de poder, que sobre tacones autoestima, seguridad y autoconfianza se elevan y que subidas a ellos estamos más cerca del cielo. A mí me pasa todo lo contrario, sobre tacones en lo único que puedo pensar es dónde encontrar una sillita, un banquito, donde sentarme para sufrir un poco menos ese padecer. Seguridad y autoconfianza al cuerno porque sencillamente tengo la cabeza en los pies. Ahora, okey, el efecto piernas largas da como cierto glamour, pero no sé si tanto como para empeñar el confort, la frescura y la espontaneidad de andar en chatitas o en zapatillas. Por ejemplo, sobre tacones te ves obligada a tomar taxis, porque obviamente no puedes correr detrás del minibús o del micro con tus armatrostes, sobre todo si son esos de plataforma que parecen ladrillos. Aparte, sobre tacones corres el riesgo de doblarte tu sexy patorrilla o peor que se te rompa el taco y quede en clavado en un adoquín. Porque ojalá todas fuéramos Jessica Parker y camináramos en tacones sobre la quinta avenida de la gran manzana…. pero no, a nosotras nos toca andar las calles en serio, caminar esquivando huecos, tanteando las baldosas, siempre atentas a correr por cualquier circunstancia. Dicen también que los tacones son el aliado fetiche de la mujer en el juego de la sensualidad y que logran extraordinarios efectos en los hombres. Quizás. Igualmente dudo que a la hora de las cuentas los tacones sean muy protagónicos. No sé, habrá que probar. Pero para el día a día, para salir a trabajar, a divertirse y a disfrutar de la vida… olvidate, mis tacones van a la baulera.
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