En 1974 “El gran Gatsby” hizo tanto dinero en los cines como con su línea de ropa para los almacenes Bloomingdales. Y ahora, en 2013, Miuccia Prada, Tiffany’s y Brooks Brothers, en alianza con la diseñadora Catherine Martin, se encargan de que, fuera de las pantallas, Gatsby se venda muy bien.
El estilo art decó, el charlestón, los vestidos cortos, las perlas, el pelo a lo garçon, las borlas y las boquillas vuelven, pero no por casualidad. La alianza entre el cine y la moda, dos de los mundos más influyentes en los hábitos del consumidor, alumbran una nueva y potencialmente muy rentable “era Gatsby”. Y al público no le quedará otro remedio que acostumbrarse.
Esta orquestada operación económica no quiere sino repetir la que en los setenta fue espontánea, pues el vestuario de la griega Theoni V. Aldrege para Robert Redford y Mia Farrow en el filme de Jack Clayton causó tal impacto que, además de ganar un Óscar, se tradujo en una línea de ropa para los almacenes estadounidenses Bloomingdales de multimillonaria facturación.
Con la revisión del clásico de Scott Fitzgerald por parte del visionario Baz Luhrmann no se podía dejar escapar la oportunidad de extrapolar el negocio a la industria musical -con una banda sonora con Jay Z, Beyoncé o Lana del Rey- a la editorial -con la reedición del clásico- pero sobre todo a la de la moda, con la excusa de recrear aquellas fastuosas fiestas con las que Jay Gastby sublimaba toda una época, los felices años 20.
“Los 20 es un período al que nunca dejaremos de volver. Fue la primera vez en la historia en la que realmente podemos conectar con lo que llevaba la gente. Es el primer período contemporáneo en cuestión de vestuario. Y a veces olvidamos que fue la primera época que fue fotografiada de una manera intensa”, explica Catherine Martin, diseñadora de vestuario y productora de la película, así como esposa de Luhrmann, en una entrevista con la prensa internacional.
Época en la que destacaban diseñadoras como Coco Chanell o Jeanne Lanvin, esos “felices años 20” marcados por el despilfarro se mezclan en la coctelera anacrónica de Luhrmann con una mirada al futuro que erradica toda nostalgia con tres pilares fundamentales: Brooks Brothers, Miuccia Prada y la casa de joyas Tiffany’s. Las tres han sacado sus respectivas líneas “Gatsby” para la ocasión.
Y qué mejor pasarela para presentar toda esta colección que la alfombra roja del Festival de Cannes, que la película inaugura el 15 de mayo por todo lo alto, y con modelos tan cotizados como Leonardo DiCaprio o Carey Mulligan.
Brooks Brothers se encargó del vestuario masculino, toda una apoteosis del esmoquin y de los trajes de color pastel. “Brooks Brothers vendían ya en 1922 e incluso el propio Fitzgerald era un cliente habitual. Escribía cartas y les encargaba, era como ahora el negocio on line”, asegura Martin, quien entró en los archivos documentales de la marca para inspirarse en sus creaciones.
“Allí encontré lo importante que era Brooks Brothers como símbolo del ‘establishment’ para Fitzgerald”, dice. Allí y en el hotel Plaza de Nueva York, donde aprovechan estos días para ofrecer cócteles, comidas y “brunchs” con el apellido Gatsby.
Para las mujeres, la diseñadora de cabecera ha sido Miuccia Prada, quien ha coronado con 40 trajes para las dos grandes fiestas de la películas -la del esplendor y la de la decadencia- una relación personal y profesional con Luhrmann que empezó con el traje azul eléctrico de Leonardo DiCaprio en “Romeo+Julieta” y siguió con el vídeo que él rodó para la exposición de Prada y Schiaparelli en el museo Metropolitan de Nueva York.
“Con Miuccia tenemos una conexión casi esotérica. Baz y ella están influenciados por el paso y usan referencias históricas, pero ambos miran al futuro en su trabajo, quieren crear algo nuevo. Esta película tenía que reflejar un Nueva York nada nostálgico, sino moderno, fresco, nuevo y visceral. Como Fitzgerald lo vivió”, asegura Martin.
Los modelos ahora han convertido su tienda en el SoHo de Nueva York en una galería que se moverá a Tokio el 14 de junio y a Shangai a mitad de julio, acompañados del nombre y la biografía que la milanesa pidió de cada extra para darle espíritu a sus espectaculares diseños.
La estrella de esta muestra es el vestido de cristal de araña que luce Daisy Buchanan (interpretada por Carey Mulligan) en una de las escenas cumbre de la película. Solo su estructura vale más de 20.000 dólares en la tienda.
Ese vestido, precisamente, tiene como pináculo una tiara Savoy de brillantes de Tiffany’s, otra de las marcas que ha colaborado con el abigarrado look del filme, y otra de las casas que, en su día, frecuentaba Fitzgerald. El valor de las joyas en la película hizo que un equipo de seguridad rodease a Carey Mulligan mientras las portaba.
Quien pueda pagarse la tiara y contratar a esa misma seguridad sólo tendrá que ir a la legendaria tienda de Tiffany’s en la Quinta Avenida de Nueva York. La gran mayoría, como Audrey Hepburn, desayunará mirando el escaparate.
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